lunes, 16 de febrero de 2009

EL MISTERIO DE LA CUEVA (Capítulo IV

La entrada a la Cueva de los Órganos se presentaba majestuosa frente a ellos. Aunque frontalmente es una gran oquedad, presenta una estrecha fisura por la que un hombre no puede entrar de pié y ellos tendrían que arrastrarse.
Dejaron las mochilas en el suelo y se dispusieron a comerse los bocadillos, antes de penetrar en la Cueva.
Se habían retrasado media hora con respecto al horario previsto, pero Daniel contaba con ello. Todavía era temprano y disponían de cuatro horas antes del regreso.
—Cómo vamos a realizar la bajada —preguntó Javier—
—Disponemos de dos cuerdas de quince metros y ocho mosquetones —comenzó a explicar Daniel—.
Ataremos una de ellas a este árbol, y nos deslizaremos abajo, ayudados por los mosquetones. La cuerda nos servirá a la vuelta para la subida. Bajaremos unos cuatro metros girando a la derecha, donde encontraremos un pequeño repecho. Desde allí ya podremos divisar el fondo de la primera bóveda.
Calculo que en caída libre habrá unos cinco metros. Esta es la parte más peligrosa, pues tanto el repecho y como la bóveda están impregnados de murcielaguina.
—Y eso qué es —preguntó Laura—
—Los excrementos de los murciélagos —explicó Javier—. En toda estas cuevas viven muchos murciélagos, que duermen boca abajo.
—¿Murciélagos?. Nadie me había contado nada acerca de que hubiera estos bichos en la Cueva —se quejó Laura—
—No nos vengas ahora con que te quieres echar atrás, Laura —dijo Daniel—
—Me lo estoy pensando, Daniel. Tú sabes que las serpientes y los murciélagos me dan mucho asco.
—Pero si los murciélagos no hacen daño —le dijo Javier— No son vampiros. Duermen boca abajo sujetos al techo, de modo que no vamos a pisar ninguno.
—Ya, pero y si despiertan y nos ven —protestó Laura—
—No digas idioteces, Laura —dijo Daniel—. Los murciélagos duermen durante el día, y por la noche salen a cazar insectos.
—Además, ello no ven. Se guían en el vuelo sin chocar, porque emiten sonidos que rebotan en las cosas, y así saben lo que tienen delante. Como el sonar de los barcos —explicó Javier—
—Está bien, está bien —replicó Laura—Pero como vea uno sólo, me vuelvo , ¿vale?
—Vale Laura —dijo su hermano—. Pero ahora pongámonos con los preparativos para bajar.
Daniel ató fuertemente la cuerda al árbol que había sobre la entrada. En ella colocó los tres mosquetones. Cada uno llevaba puesto un arnés con otro mosquetón, que resbalaba sobre la cuerda. Si cerraban la mano sobre el mosquetón, su cuerpo se deslizaba por la cuerda. Para frenarse, sólo tenían que abrir la mano, y el rodillo del mosquetón, quedaba presionado sobre la cuerda.
El orden de bajada lo estableció Daniel. Él sería el primero, para sujetarlos cuando llegaran al repecho. A continuación Laura y por último Javier—
Daniel se situó con las piernas entre la cuerda con ambas manos sobre el mosquetón, y dándole la espalda a la gruta. Se dejó caer realizando un pequeño salto hacia detrás. La cuerda se tensó.
—Habéis visto cómo lo hago yo —preguntó— . Las piernas siempre abiertas y dando saltitos cortos. Procurad ir alineados al árbol, de lo contrario comenzareis a desplazaros a los lados, como un péndulo. ¿Entendido?
—De acuerdo —afirmaron Laura y Javier—
—Pues allá voy —gritó Daniel— pegando un salto.
En tres movimientos estaba situado a la altura de del repecho. Intentó desplazarse hacia la derecha para pisarlo, pero el suelo tenía mucha murcielaguina, y los pies resbalaban. Comenzó a ponerse nervioso. Creía que iba a ser más fácil.
Daniel y L sólo le veían levemente la cabeza. ¿Que ocurre Daniel? —gritaron—
—Tranquilos muchachos. El suelo está resbaladizo y no consigo apoyar el pié. Voy a desplazarme de derecha a izquierda, para tomar impulso y dejarme caer. Si lo consigo, vosotros no lo tendréis que hacer, pues la cuerda os guiará.
Necesitó tres intentos para que ambos pies quedaran apoyados perfectamente sobre el repecho. Todo estaba lleno de excrementos de murciélago, hasta las pequeñas estalactitas que colgaban del techo. ¡Menos mal que llevamos guantes! —pensó Daniel—
—Ya lo he conseguido. Laura prepárate. Cuando quieras —le gritó a su hermana—.
Laura realizó las mismas operaciones que vio hacer a su hermano, pero los saltos que daba eran muy pequeños. Daniel sujetaba fuertemente la cuerda, para que los pies de su hermana cayeran dentro del repecho. Pero el cuerpo de ella era muy pesado, y le costó mucho trabajo mantener la cuerda tensa. Por fin Laura tocó suelo.
—Yuppy —exclamó Laura muy contenta—. Javier ya he llegado, ahora te toca a ti.
Javier era más ligero que los dos primos, y en el tercer salto apoyó los pies sobre el repecho, sin ningún problema.
La primera fase del descenso la habían completado satisfactoriamente.

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