jueves, 5 de febrero de 2009

Aceitunas partidas

Una de las primeras tareas del hogar, de las innumerables que he desempeñado como comprobará el lector a lo largo de estos relatos, ha sido “partir aceitunas”. El proceso constaba de tres pasos fundamentales, en los que yo no participaba activamente en la totalidad.

El primero, como es lógico, es conseguir las aceitunas. Para ello, todos los años, los primos de mi padre Paco y Pepe Moreno, nos dejaban coger de sus olivos unos cuantos kilos, suficientes para el consumo anual de la familia. Ni que decir tiene que, salvo que nos fuéramos con los trabajadores habituales con lo que podíamos ir y venir montados en el remolque del tractor, lo habitual era acercarse a los olivos, andando y cargar el saco en la bicicleta.

A continuación venía la verdadera labor: partir las aceitunas. La misión era difícil, pues te manchabas por todos lados, y había que procurar no manchar el entorno, o sea el patio de la casa. Para ello, me vestía totalmente con plásticos, y me ponía guantes.

A un lado, el lebrillo con las aceitunas; en el centro de la mesa, la tabla de madera; en la mano derecha el martillo, también de madera; con la izquierda colocaba la aceituna en la tabla, golpe seco y arrastre de la aceituna partida, hacia el centro de la mesa. Sonaba más o menos así: toc, toc, tuumm, toc, toc, tuumm (el segundo toc, lo hacía para amortiguar el primer golpe. Pruebe el lector y verá la diferencia entre dos golpes y arrastre, y un solo golpe y arrastre).

El proceso se complicaba algo, pues dependía del destino final de las mercancías: aceitunas partidas con hueso o sin hueso. Estarán conmigo, que quitarle el hueso a cada una de las aceitunas es una labor difícil, y pringosa. Más adelante, descubriré un método para realizar este menester.

Por último, mi madre se encargaba del aliño de las aceitunas.

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