sábado, 7 de febrero de 2009

EL MISTERIO DE LA CUEVA (Capítulo I)

Eran las diez de la mañana cuando Daniel salió de su casa junto a su hermana Laura. Lo tenía todo bien planeado, sólo faltaba convencer a Javier, su primo. Este sábado acometerían la gran aventura, adentrarse en la Cueva Los Órganos.
Daniel en su afán aventurero, llevaba semanas recopilando información acerca de la cueva. Por las tardes al salir del colegio, entraba en la Biblioteca Municipal para consultar los libros de historia, en los que alguna vez se nombraba los orígenes del pueblo.
Así conoció, que los primeros pobladores de lo que hoy es el término municipal, se asentaron en la época neolítica, en las cuevas existentes en la Sierra de la Camorra, a unos seis kilómetros del actual casco urbano. De este tiempo es la cerámica encontrada en la Cueva de las Goteras y Cueva de la Higuera.
—Posiblemente en la Cueva Los Órganos, encontremos restos arqueológicos—pensó Daniel.
Javier compartía plenamente las ansias de aventura de su primo Daniel. No en balde, desde muy pequeño quería ser “paleontólogo”, y qué mejor ocasión que ésta. Pero Javier llevaba dos días poniendo una sola pega: que les acompañara su hermana. Daniel no era de esa opinión.
—Llevar a Patricia pondría en peligro la misión— dijo Daniel haciendo muy bien el papel de director de operaciones.
—Es muy pequeña —terció Laura.
Javier haciendo un esfuerzo por no chillar, replicó:
—!No importa!, cuando se canse, yo la llevaré a cuestas. !Mi hermana viene con nosotros!.
La discusión duró cerca de una hora. Al final, Patricia se quedaba en la retaguardia para cubrirles las espaldas frente a sus papás.
Quedaron en verse al día siguiente, a la hora de la siesta en el mismo lugar: la cuadra. Aunque ya no había mulos, esta estancia de la casa de la abuela Teresa seguía manteniendo el nombre de antaño, como recuerdo imborrable; y porque en parte, servía de desahogo.
Allí se colocaban las bicicletas de los nietos, el saco de la basura, algunos muebles de cocina. Hasta colgaban del techo, ristras de ajos, unos pequeños sacos de cebollas y una romana.
Pero en este lugar, a la hora de la siesta y con el sol apretando fuerte, a nadie se le ocurriría buscarlos.
Efectivamente, a las cuatro de la tarde estaban los tres primos sentados en unas hamacas, dispuestos a ultimar los detalles de la aventura.
— Lo primero que tenemos que hacer, es juntar todo el material y ver el medio de transporte que vamos a utilizar —dijo Daniel—. ¿Javier tú que has conseguido?
Javier fue al patio trasero donde tenía la bicicleta, y volvió con un saco que vació sobre el suelo de la cuadra. Daniel y Laura quedaron gratamente sorprendidos.
Había de todo lo necesario. Dos carburos de mano y tres cascos con linternas incluidas. Dos pares de guantes viejos del padre de Javier, de cuando trabajaba los veranos de peón de albañil y un par de radios transmisores, que parecían en buen estado.
—¡Qué guay! —dijo Laura— Con todo este material, no nos quedaremos a oscuras.
Daniel procuró calmar su nerviosismo.
—Esto está muy bien —precisó Daniel—. Pero no tenemos cuerdas. Ya sabéis que tras atravesar la entrada principal, nos tendremos que deslizar diez metros por un agujero para alcanzar la gran bóveda.
Javier se entristeció. No había pensado en ello.
Laura levantó la mano queriendo hablar. ¿Qué pasa Laura? —dijo Daniel
—Sé de dónde podemos sacar las cuerdas —comentó Laura, muy segura de sí misma—
—Claro, comprándolas en la ferretería de Luís —apuntó Daniel—
—Nada de eso —replicó Laura— ¿Os acordáis de aquellas cuerdas verdes y suaves, que el tío Antonio se trajo de la mili?
—Si —dijo Javier—. Abuela las guardaba en su piso, en el armario de la terraza.
—Exactamente —afirmó Laura—. Y además de las cuerdas, varios ganchos, un saco de dormir y una tienda de campaña.
Daniel se quedó pensativo. Cómo era posible que no se hubiera percatado de ello. Desde luego, su hermana Laura espabilaba con la edad.
—Bien —exclamó Daniel—. Pero en estos momentos, ¿dónde se encuentra el material, Laura?
—En lo alto del armario de la habitación de papá y mamá —comentó Laura—
—Y tienes alguna idea de cómo lo vamos a sacar de la habitación —preguntó Daniel—.
Por supuesto que Laura sabía cómo sacar el material, pero desde luego ella no iría por él. Sus padres estaban recostados, durmiendo la siesta. Dejó que alguno de los dos varones se ofreciera voluntario.
—Ya sé —exclamó Javier—. A las seis vuestra madre se va a dar un paseo en bici, mientras el tito se afeita. En ese momento, yo arrimaré la silla al armario y cogeré el material, Daniel vigilará el cuarto de baño y Laura se apostará en el postigo, por si vuelve vuestra madre. ¿Qué os parece la idea?
Ambos primos consintieron. A la hora prevista, ejecutaron la acción, que resultó ser “pan comido”.
De vuelta a la cuadra recontaron el material, y planearon comprar al día siguiente los pequeños extras que necesitaban.
A medida que se acercaba el sábado, su inquietud se acrecentaba. Pero hacían todo lo posible para disimularla, no se fueran a dar cuentas sus padres de lo que estaban organizando.
Y para ello, jugaban a ratos en el patio a la pelota, gritando y corriendo. O se iban con las bicis a la plaza, a echar carreras.

2 comentarios:

  1. Esto promete... Tres malagueños intentando hacer una excursión en tierras mollinatas... Esto no me lo pierdo...
    Un fuerte abrazo!!!!!!

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  2. Por cierto, mi madre me acaba de recordar que yo estuve en una de esas cuevas con mi prima Mari y sus amigotes hace muuuuuuuuuuuchos años... Para que ilustres tu historia te diré que dentro hacía un frío que no veas, estaba lleno de pendientes resbaladizas y, para colmo, había hasta murciélagos...

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