lunes, 16 de febrero de 2009

EL MISTERIO DE LA CUEVA (Capítulo II)

El día previsto, primer sábado de Agosto, madrugaron más pronto que de costumbre. A las once de la mañana ya estaban de camino. Habían dicho a sus padres que iban a Santillán a darse un baño, como solían hacer casi todos los días de verano y puesto que llevaban unos bocadillos, se quedarían hasta la tarde.
Sus padres no sospecharon nada. Durante los dos días anteriores, se habían dedicado a acercar el material hasta la Cruz del Muchacho, a medio camino de Santillán, dando viajes con las bicicletas.
La Cruz del Muchacho es un lugar en la cuneta de la carretera de Santillán en el que, según cuentan en el pueblo, desapareció un muchacho que vivía en uno de los cortijos cercanos al nacimiento. Parece ser que llegaron al cortijo unos “destripadores”, que secuestraban niños para sacarle la sangre y los órganos. Pero el niño huyó hacia el pueblo en busca de ayuda, pero lo cogieron a medio camino. Por ello, la gente del pueblo pintó una cruz en ese lugar, para recordar la desaparición del muchacho, y además para señalar los límites permitidos para las andanzas de los muchachos.
Nuestros amigos, que habían escuchado de los mayores esta historia y en parte se la creían, salvo cuando les interesaba, como en esta ocasión. Pensaban que los demás si la creían, y así, dejando escondido el material en una grieta cercana a la Cruz del Muchacho, nadie se atrevería a trastear sus cosas.
A las doce llegaron a Santillán y se refrescaron brevemente con el agua del nacimiento. Llenaron al completo las cantimploras, más las bolsitas para hacer hielo, que Javier había cogido de la cocina de sus padres.
—Llevamos buen horario —comentó Daniel
—Cuánto falta hasta llegar a los Camorros —preguntó Laura—
—Todavía falta cerca de dos kilómetros —explicó Javier—. Pasando la segunda curva a la derecha, veremos los Camorros. En su ladera podemos dejar escondidas las bicicletas. El resto del camino lo tendremos que hacer a pie. Por tanto, para la una, debemos estar cerca de la Cueva.
—Pero alguno de vosotros sabe dónde está situada exactamente la Cueva —preguntó Laura—. Yo nunca he estado tan cerca.
Entonces Daniel sacó de la mochila un papel doblado. Era una fotocopia de un libro de la Biblioteca. Se sentaron en el suelo rodeando el papel.

1.— Arroyo de Santillán
2.— Punto km.5,500 de la MA—703
3.— Cueva de las Goteras
4.— Abrigo de los Porqueros
5.— Cueva de Los Órganos
6.— Cueva de la Higuera





Daniel comenzó a explicarles el plano. Nosotros estamos ahora mismo aquí —dijo señalando el punto 1—. A la altura del punto kilométrico 5,500 de la carretera de Alameda, nos desviamos por el camino de tierra que hay a la derecha. Cruzamos el olivar hasta llegar a la falda de la Camorra. Si ascendemos en línea recta nos encontraremos la Cueva de las Goteras. Aquí en el punto 3. Nos desviamos un poco a la derecha y rodeamos el Abrigo de los Porqueros. Ya desde allí veremos la silueta de la entrada a la Cueva de Los Órganos. Sólo tenemos que procurar no desviarnos.
—Alguna duda —preguntó Daniel—
—Y si no damos con la Cueva —preguntó Javier—
—Cómo no vamos a dar con ella, si llevamos el plano —apostilló Daniel—
—Está claro Javier —replicó Laura—. Llevamos el plano y además mi hermano estuvo el verano pasado con la excursión de su clase. ¿Verdad Daniel?
—Efectivamente Laura Claro, que no entramos a la Cueva. No nos dejaron los maestros. Pero basta de charlas, que se nos hace tarde. ¡En marcha!.
Revisaron que el material estaba bien sujeto a los portamantas y emprendieron el viaje.
Subidos en las bicicletas pedaleaban a buen ritmo. Llegarían antes de lo previsto. Aunque la carretera estaba circundada de olivares, a la velocidad que iban notaban un poco el viento. Para contrarestarlo se pusieron en fila india y se turnaban cada diez minutos en el puesto de cabeza.
Pronto llegaron al mojón del kilómetro 5,500. Cogieron el camino terrero a la derecha, cruzando el olivar hasta llegar a la falda de la Sierra.
Aquella zona estaba muy sucia, síntoma de que era la preferida de los excursionistas. Había latas vacías de refrescos y bolsas de basura, en los alrededores de los pinos. La vegetación era reseca como corresponde a esta época del año, pero acrecentada por las ausencia de lluvias en los últimos tres años.
—Es una pena —comentó Daniel—. Está todo muy seco. Posiblemente no habrá apenas agua en el lago de la Gran Bóveda.
—Mejor así —suspiró Laura—. No traemos equipo de submarinismo.
—Pero aunque hubiera agua, tú crees que íbamos a necesitar un traje de buzo —le preguntó Javier—. Si ni en sus mejores años, las aguas llegaron a tener más de cuarenta centímetros de altura.
—Y tú como sabes eso, Javier
Me lo contó mi padre. Fue hace veintisiete años. En el pueblo todavía no había agua, y el nacimiento de Santillán estaba rodeado de una tapia. La gente pensaban que el agua bajaba de la Sierra, a través de un río subterráneo, que pasaba justo por debajo de la Cueva. Pues bien, unos espeólogos de Ronda, bien conocedores de la Cueva, entraron ese verano. En el lago había agua, pero su profundidad era de 40 cm., y no había señales en las rocas de que en otro momento el lago hubiera tenido más nivel.
Pues bien, cuando perforaron el pozo que hay frente al nacimiento, las aguas del lago bajaron diez centímetros. Lo que quiere decir, que había comunicación entre ellas.
—Y después qué ocurrió —preguntó Laura—.
Durante tres o cuatro años, el Ayuntamiento contrató a un grupo de la Universidad, para que hiciera un estudio sobre la incidencia del consumo de agua en el pueblo, y el nivel de la misma en la Cueva.
Vinieron cinco personas, dos de ellas componentes del grupo que bajó por primera vez a la Cueva de La Pileta. Tomaban muestras del agua para analizar su salinidad, temperatura de la misma y medían el nivel del agua cada vez que bajaban al lago.
—Y qué concluyeron —preguntó con curiosidad Daniel—
Pues que durante el verano y debido al consumo de agua, el nivel bajaba unos cinco centímetros y que la temperatura disminuía tres grados; pero la composición del agua en cuanto a minerales, no sufría variación alguna.
—Y eso es malo —preguntó Laura—
Dijeron que no, puesto que en primavera volvía a subir el nivel de agua y la temperatura de la misma.
—Pero eran años de lluvias —comentó Daniel—. Y desde hace tiempo, el consumo de agua se ha incrementado mucho, sobre todo los veranos. Vienen mucha gente y cada vez se construyen más piscinas.
Totalmente de acuerdo —dijo Javier dándole la razón a su primo Daniel— Además, desde entonces el Ayuntamiento no ha realizado ningún estudio. Aunque he escuchado que pronto tomará cartas en el asunto. Desde hace tres años, la cantidad de agua ha mermado mucho.
—Entonces, si llegamos hasta el lago, nosotros podremos tomar muestras de aguas y medir el nivel —resaltó Laura—. Javier lleva el colgante metro y traemos tres bolsitas de chucherías.
—No es mala idea —apostillaron Javier y Daniel—. Bajaron todo el material de las bicicletas, y escondieron éstas en unos zarzales. Desde del camino no se verían.

2 comentarios:

  1. Joder, con mapa y todo. Y encima documentado históricamente... Ya veo ya...

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  2. El anónimo soy yo. Que ze ma orvidao meté mi nombre oéh!

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