viernes, 27 de marzo de 2009

EL MISTERIO DE LA CUEVA: Capítulo VI

Mientras, en el pueblo la tarde transcurría plácidamente. No hacía excesivo calor. Corría una suave brisa procedente del oeste. Afortunadamente se calmó el viento de solano que durante varios días castigó al pueblo.
En casa de Javier toda la familia dormía la siesta, excepto Patricia. Ella suele echar una “corta rasquiña”, como suele decirle el padre. Un sueño corto pero muy profundo.
A lo largo del día intentó contarle a su madre la verdadera razón de la excursión de su hermano y sus primos. Pero como les había prometido mantener silencio, no se atrevía a delatarlos. Pero ganas no le faltaba.
Varias veces fue hasta el dormitorio de los padres, pasando cerca de ellos para que se despertaran. Al final, usó la táctica que tanto éxito le había dado en el pasado, meterse en la cama con ellos.
El padre refunfuñó.
-Patricia, ¡qué quieres ahora!
-Papá, por qué no jugamos una partidita de ajedrez.
-Más tarde, Patricia. Todavía hace calor.
-Anda papá, que el toldo está echado. Regamos un poco y nos echamos una partida. ¡Anda, venga!
El padre a regañadientes le hizo caso. De todas formas ya lo había despertado, y en el dormitorio hacía una calor asfixiante.
Se dirigió al baño para refrescarse la cara y espabilarse un poco.
Patricia ya había regado el patio. El ambiente no era muy caluroso. Abrió el postigo para que corriera un poco de aire.
Buscó una silla de anea para estar más cómodo y se dispuso a jugar. Dejó que Patricia colocara las piezas y realizara el sorteo.
Comenzaron a jugar. Pero Patricia tenía más interés en entablar conversación que en la partida.
-Papá, tu has estado alguna vez en la Cueva de los Órganos -preguntó distraídamente-.
-Si, dos veces.
-¿Qué edad tenías, papá?
-La primera vez, catorce años. La segunda, dieciocho. ¿Por qué?
-Te toca mover. Te estoy dando jaque a la reina.
-Te he explicado un sinfín de veces que el jaque a la reina no se avisa. Solamente cuando es al rey. ¿A qué viene ese interés tan repentino por la Cueva, Patricia?
-Te toca mover, papá.
-Bueno, está bien -dijo el padre, colocando su alfil delante de la reina-.
-Y cuando estuviste, entraste hasta el final -preguntó Patricia-.
-Si y no, Patricia. Te explicaré. Siempre se había comentado en el pueblo que la cueva de los Órganos tiene dos cavidades.
La primera, es la que conoce todo el que ha bajado allí. Es fácil llegar, incluso dejándose resbalar por la entrada.
La segunda, forma parte de la leyenda. Ya mi abuelo nos hablaba de ella, pero nunca citaba a nadie que la hubiera visto. Y así le ocurría a la gente. Seguramente es pura fantasía, pues las demás cuevas si han sido investigadas por grupos de espeólogos, incluso de renombre. En cambio la de los Órganos, nunca ha merecido ese honor.
Cuando yo estuve con mis amigos, en las dos ocasiones inspeccionamos palmo a palmo la cueva, sin encontrar jamás nada que pudiera significar una prolongación de la misma. Aunque, bien es cierto, que la última vez me pareció notar una pequeña corriente de aire a la altura del tobillo. Y eso, lo tengo grabado en la memoria. ¡Quién sabe si existe una abertura escondida por ahí!.
-Pero a qué viene ese interés repentino por la Cueva -le preguntó su padre-.
-Curiosidad infantil, papá.
-De modo que “curiosidad infantil” -comentó el padre, remarcando las últimas palabras-.
-Verás papá. La semana pasada estuvimos en la Biblioteca, leyendo libros sobre el pueblo...
-¿Estuvimos?, pero con quién fuiste -preguntó-.
-Con Javier y los primos Daniel y Laura.
-¡Ya!, con el inventor de la casa y tu primo el detective. ¿Y qué más?
-Pues nada más papá. Ya te dije que tenía curiosidad.
-Patricia, tú me ocultas algo ¿verdad?
Patricia se estaba derrumbando. Pensaba que le iba a resultar más fácil. Pero no deseaba delatarlos, dejarían de confiar en ella. Además, si así lo hacía, tomarían represalias.
-¡Eh!, Patricia. ¡Despierta!
No podía soportar la mirada inquisitoria de su padre, de modo que por fin se decidió.
-Papá, Javier y los primos están en la Cueva de los Órganos.
-Tonterías. Además, ni siquiera podrán descender. ¡Son unos chiquillos!
-LLevan cuerdas y otros preparos, papá.
-¿Cuerdas?, pero qué puñetas piensan hacer, Patricia.
-Encontrar la Gran Bóveda, la continuación de la Cueva.
-Dios mío, si son unos críos -gritó al mismo tiempo que llamaba a su mujer-
Le explicó lo que sucedía, mientras se ponía unos pantalones largos. Su mujer le trajo las botas de monte.
-Qué vas a hacer -le preguntó su mujer-. ¿Avisarás a la Guardia Civil?
-Mira. Los niños todavía no se han perdido. Me llegaré por los cuñados, e iremos en dos coches. Son ahora las cuatro y media. Todavía quedan más de cuatro horas de sol. Posiblemente vengan de vuelta.
Por si acaso, yo iré por Santillán y los cuñados por la ruta de los veintidós, por si acaso a los niños les da por alargar el paseo.
Si a las ocho no estamos de vuelta, avisas al cuartelillo. Se despidió de su mujer, sin dejar de mirar enojadamente a Patricia.

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